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Relatos de Hyrule por Zeldin

 
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R4ml
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MensajePublicado: Jue Oct 09, 2008 8:06 pm    T�tulo del mensaje: Relatos de Hyrule por Zeldin Responder citando

El nuevo miembro de la tribu

No era la primera vez que atravesaba ese camino tan solitario. Sin embargo, se sent�a como la primera vez. Y es que, los �ltimos meses hab�an sido toda una pesadilla, con el cielo cubierto por una misteriosa e inusual oscuridad, una que parec�a no tener final. La pesadilla que hab�an vivido los ni�os del bosque no se comparaba a ninguna otra experiencia que hayan tenido. Lo que caus� esa oscuridad, nunca lo supieron. Sab�an que algo extra�o pasaba en el mundo exterior en esos d�as angustiosos, fuera de su preciado bosque. Ellos ten�an prohibido salir de su aldea natal, era una ley natural. Si llegaran a poner un pie fuera, ser�a su fin. Pero aun si pudieran comprobar con sus propios ojos lo que hay afuera, preferir�an no intentarlo. No al menos en las condiciones en que estaba el bosque de los Kokiri en ese entonces: infestado hasta el �ltimo rinc�n de criaturas peligrosas que r�pidamente fueron convirtiendo la aldea y los bosques que la rodeaban en un sitio casi inhabitable por personas. A los ni�os les daba tanto miedo salir, que se hab�an resignado a permanecer ocultos en sus casas hasta que todo terminara, ya fuera para bien o para mal. Sin embargo, hab�a un par de ni�os que se arriesgaban a recorrer el Bosque Kokiri en busca de ayuda de su �nico y confiable guardi�n. La peque�a Saria y su mejor amigo, Mido, hab�an sido muy valientes durante esos tiempos peligrosos, saliendo de vez en cuando a conseguir alimentos para sus compa�eros, y otras pocas veces Mido acompa�aba a su amiga hasta el sendero que llevaba hasta un enorme claro, donde descansaba el anciano y sabio Gran �rbol Deku. Saria era la �nica a quien el guardi�n llamaba a su presencia. Era su privilegio como l�der de la tribu.
En todas esas ocasiones, se hab�a preguntado que era lo que le dec�a el Gran �rbol Deku a su amiga. No pod�a imaginarse como era estar ante �l, qu� clase de cosas dec�a. Era un esp�ritu guardi�n lleno de sabidur�a, eso lo sab�a. Jam�s se tomar�a la molestia de hablar con un ni�o corriente y simpl�n como �l.

Por eso estaba tan conmocionado ese d�a. Tantas cosas maravillosas hab�an pasado desde que, horas atr�s, se hab�a despertado muy desganado, esperando al abrir su ventana, sentir un aire g�lido chocando contra su piel, ver bichos y criaturas aterradoras asechando cerca de su casa. Y en lugar de eso, cuando oy� que su hada lo llamaba ansiosamente a levantarse y mirar lo que pasaba afuera, se dispar� alarmado hasta la ventana cerrada, la abri� de un golpe, y lo que en ella vio le pareci� un sue�o maravilloso. No bichos, ni criaturas peligrosas, ni fr�o, ni oscuridad, sino un cielo claro con nubes brillantes que parec�an de algod�n, que empezaba a alcanzar su m�xima belleza conforme el sol se elevaba sobre la Tierra. Lo mejor de todo era que los ni�os pudieron dejar al fin sus seguros hogares y respirar el aire puro que llenaba la aldea. Todos los temores se esfumaron en el instante, y se escucharon risas y cantos de celebraci�n. Los ni�os bailaban en c�rculo, sus hadas volaban junto a ellos con gran entusiasmo.
Mido no pudo unirse a la celebraci�n. Sin embargo, no era motivo para entristecerse. La raz�n era otro hecho sorprendente que jam�s pens� que llegar�a a ocurrir. No lo pod�a creer cuando se lo anunci� Saria, y no lo pod�a creer en ese momento mientras lograba ver al final del camino, el claro donde se encontraba el esp�ritu guardi�n del bosque. �Y porqu� querr�a hablar con �l? �Qu� ten�a que decirle precisamente a �l? Desde que su amiga le hab�a dicho en secreto que su guardi�n deseaba hablar con �l, sinti� una indescriptible emoci�n. Era todo un honor, un privilegio. Y aun as�, cuando lleg� ante el enorme e imponente Gran �rbol Deku, le invadi� un repentino temor. �Y si le llam� a venir por algo malo que hizo? En cuanto se acerc�, el guardi�n not� su presencia y lo inst� a pararse frente a �l. Lo mir� con detenimiento. Mido siempre hab�a tenido un aspecto gracioso, algo zambo (lo cual lo hac�a ver m�s peque�o de lo que era), por lo general ten�a un gesto como de disgusto, pues era un ni�o bastante gru��n. La �nica persona que lo pon�a de buen humor era su amiga Saria. El �rbol le sonri�. Para Mido result� bastante extra�o, se escuch� como cruj�a la madera al dibujarse una gran sonrisa en su tronco. Repentinamente, el gorro del ni�o se levant� un poco, y de �l sali� una hadita revoloteando fren�ticamente, se dirigi� al �rbol sonriente quien solt� una peque�a carcajada.
-Tienes una amiguita muy traviesa.
-�Gran �rbol Deku! �No puedo creer que est� aqu�, frente a usted! �Hace cuanto tiempo que no ve�a su cara, que no le hablaba!
La peque�a hada estaba extasiada de ver al viejo �rbol, y no dejaba de volar frente a �l, mientras Mido no pod�a creer el esc�ndalo que estaba haciendo.
-�Daira!-grit� el ni�o, colorado como un tomate, temiendo que el comportamiento de su revoltosa compa�erita lo metiera en problemas-�Te dije que no me pusieras en verg�enza!
-No tienes por qu� avergonzarte de tu amiguita. Las hadas son criaturas juguetonas por naturaleza. Pero son buenas amigas y siempre ayudan a las buenas personas.
El Gran �rbol Deku parec�a un ser mucho m�s amable y comprensible de lo que Mido pensaba.
-Te he llamado, Mido-comenz� con su voz m�s tranquila y lenta-, porque es hora de que sepas cu�les son tus responsabilidades.
Mido trag� saliva, no sab�a por qu� ten�a tanto miedo. Sus piernas temblaban, y no pod�a hacer nada para hacer que pararan. Daira volaba a su alrededor.
-Has de saber-hizo una corta pausa, en lo que una brisa ligera hizo sonar sus hojas- que Saria desde este momento no es m�s su l�der.
-�Qu�!-exclam� el hada.
-Pero eso no es posible-murmur� t�midamente el ni�o.
-Me temo que Saria tiene una misi�n muy importante. Su destino no ser� siempre liderar la tribu de los ni�os kokiri. Pero los ni�os no pueden estar sin un l�der. Por eso he decidido nombrarte a ti como tal.
-�Escuchaste eso?-le insist�a su hada. Pero no lograba hacer hablar a su amigo absorto. Estaba en trance. O en un sue�o del que cre�a pronto iba a despertar.
-Creo que no has quedado muy convencido de mis palabras-le dijo el �rbol con amabilidad-, pero como l�der de los kokiri, tienes nuevas responsabilidades. Y ya tengo tu primera tarea.
De pronto su rostro pareci� m�s serio, y lo hizo ver tan imponente como Mido siempre se lo hab�a imaginado.
-Mira a tu izquierda, y busca entre mis ra�ces.
Sin comprender del todo, Mido hizo caso de inmediato y busc� lo que sea que deb�a encontrar. Recorri� un costado del Gran �rbol Deku, y lo que en cuesti�n de segundos encontr� casi le hace desmayarse. Una persona estaba tirada entre dos grandes ra�ces. Crey� que parec�a una ni�a, excepto que f�sicamente era m�s grande. Nunca hab�a visto una persona as�. En el Bosque Kokiri no hab�a nadie tan alto, sus compa�eras no se ve�an as�. Estaba ataviada con un vestido negro largo y una capucha igual de oscura que cubr�a la mayor parte de su cabeza. Sosten�a entre sus brazos un peque�o bulto de tela. Mido se pregunt� qu� hac�a esta persona dormida junto a su guardi�n. Le pareci� algo muy atrevido.
-�Y ella qui�n es?-pregunt� bastante confundido, acerc�ndose a pasitos a la mujer.
-Esta mujer ha venido del mundo exterior, Mido. Ya te habr�s dado cuenta de que no es como t� y el resto de tus compa�eros.
Mido asinti�.
-M�rala, Mido-dijo Daira-, se ve tan tierna durmiendo. Pero est� tan sucia, la pobre.
-No est� dormida, peque�a-dijo el �rbol.
-�Que no?-pregunt� asustado Mido- No me dir� que est�
-La pobre mujer lleg� a nuestro bosque malherida y suplic� por ayuda. Pero yo no pude hacer nada.
El ni�o pecoso sinti� como se le estrujaba el coraz�n. No le agradaba ver un cuerpo sin vida. Sinti� mucha l�stima por ella. Lo que no entend�a era qu� ten�a �l que hacer con ella.
Un sonidito se oy�. Vino de la mujer.
-Cre� que hab�a muerto-Mido se dirigi� al �rbol Deku, pero Daira se acerc� demasiado al cuerpo, y se dio cuenta de que el bulto se mov�a un poco.
-Ven a ver esto, Mido-le pidi� emocionada-. �Es una personita!
-No puede ser-el ni�o corri� hasta el cuerpo inm�vil, ech� un vistazo a los trapos que envolv�an una cosa diminuta que bostezaba casi en silencio. Luego mir� al Gran �rbol Deku en busca de una explicaci�n.
-No te asustes, Mido. La muchacha arriesg� todo por salvar a su criatura. No puedo darle la espalda ya que me ha suplicado por ayuda.
-�Pero qu� vamos a hacer con �l?-le pregunt� el hada.
-Y yo qu� voy a saber-se quej� Mido-. �Permitir� que se quede en el bosque?
-No podemos negarnos. Es nuestro deber cuidar de este peque�o.
��Nuestro?� pens� Mido. Al parecer el �rbol Deku pudo ver esa pregunta en su rostro.
-Como t� eres l�der de los kokiri, debes cuidar de tus compa�eros. Estoy seguro que este peque�o ni�o no te dar� problemas.
-Pero �l no es un kokiri-repuso Mido algo insatisfecho por su tarea reci�n asignada. �C�mo iba �l a cuidar de una personita as�?
-No le ser� dif�cil acoplarse a la comunidad Kokiri. Los ni�os son buenos, seguramente lo aceptar�n como miembro de su tribu.
-�Se est� despertando!-chill� el hada, huyendo a esconderse con Mido, quien se acerc� con cautela.
Con cuidado y un poco de miedo, tom� el bulto con sus manos y lo acerc� para verlo mejor. Un par de ojitos se abrieron con otro bostezo. Sus manitas intentaban moverse, pero estaba completamente envuelto entre sus s�banas.
-Mira eso-dijo el Gran �rbol Deku-. Puedo sentir que el destino llamar� a este ni�o a hacer cosas grandes alg�n d�a. Mientras tanto, crecer� en nuestro seguro bosque.
-�Est� usted seguro de eso?-Mido aun no entend�a por qu� el �rbol le ped�a que hiciera estas cosas.
-�No es lindo?
-Yo creo que es raro, Daira.
-Quiero que este ni�o crezca como un kokiri. Si va a formar parte de su grupo, debemos darle un nombre, �no crees?
-�Hada?-propuso Daira-. Podemos llamarlo as�, porque es casi tan peque�o como un hada.
Mientras el �rbol re�a un poco, Mido neg� rotundamente con la cabeza.
-Eso es tan incorrecto, Daira. No se me ocurre ning�n nombre. T� nos pusiste los nombres a todos- le rezong� al �rbol, aunque un poco t�midamente.
-Aun as�, deber�as escoger t� el nombre. Este ni�o podr�a convertirse en un buen amigo tuyo.
-Uhmmm� no me voy librar de �sta- con cuidado desenvolvi� al beb� y al fin descubierto, lo sostuvo frente a su cara con los brazos estirados. No debi� hacerlo, pues el beb� despert� y comenz� un llanto que atornillaba su cabeza.
Daira, por ser tan diminuta, sufr�a el doble que el ni�o.
-�Qu� hago? Deja de llorar, vamos.
Daira suplicaba al inc�modo ni�o que parara aqu�l tormento. En eso el llanto se calm� y gradualmente fue convirti�ndose en una risita tierna. Centenares de hojas ca�an a su alrededor meci�ndose lentamente antes de tocar el suelo. El Gran �rbol Deku lo hac�a con toda la intenci�n de calmar la angustia de la criatura. Desde ese momento har�a lo posible por brindarle felicidad y paz al ni�o. Mientras llegue el d�a en que el destino lo obligue a partir y enfrentar peligros inimaginables. Pero eso no lo habr�a de saber nadie hasta que ocurra.
-Oye, no pareces tan latoso despu�s de todo-Mido sonri� algo emocionado, algo muy extra�o en �l, a lo que el beb� respondi� con balbuceos-, d�jame pensar.
Sus pensamientos le mantuvieron ocupado varios minutos. Aunque Daira lo interrump�a a cada rato con un nuevo nombre que �l rechazaba.
-�Ah-ha!-grit� triunfal-. He aqu� el nombre.
Tanto Daira como el Gran �rbol Deku estaban ansiosos por saberlo.
-Desde ahora ser�s conocido como� �Linkinuminski!
Daira se desanim� tanto al o�r aquello que parec�a que ca�a al suelo, pero muy lentamente. El ni�ito no parec�a muy emocionado.
-Creo que exageraste-le dijo el hada-, �c�mo se va a acordar el pobrecito de un nombre tan largo?
El �rbol Deku ri� un poco.
-Alg�n d�a se llegar� a acostumbrar. Cuando crezca, puedes contarle que elegiste ese nombre para �l con mucho coraz�n.
-Nah-neg� Mido con una mueca-, no es tan bueno en realidad.
Los brazos ya le dol�an por sostener al beb� a la altura de su cabeza.
-Uh� Linkinumin� Linkinum� Linkin�
-�Link!-exclam� Daira, sabiendo que era la mejor elecci�n. Y el beb� sonri�, al ver al hada emocionada que volaba en c�rculos muy cerca de �l. Despu�s se oyeron m�s risitas.
-Parece que le ha gustado. No tienes que buscar m�s.
-Pero es tan simple� Link. Bueno, as� no se me olvidar�.
-Ahora, Mido-dijo el Gran �rbol Deku-, eres oficialmente el l�der de los ni�os kokiri. Y debes cuidar a este peque�o ni�o para que sea uno m�s de la comunidad.
-Va a ser algo muy dif�cil. Esto no hab�a pasado antes en nuestro bosque. No que yo recuerde, pero Gran �rbol Deku, �qu� haremos con esa persona?-se�al� a la madre de Link.
-No quisiera ped�rtelo a ti. No podemos dejarla as�. Pero yo no puedo sepultarla como debe de ser. S� que ser� muy dif�cil para ti.
-�Sepul�? Qu� miedo. Supongo que no tengo otra opci�n.
La pesadumbre que se reflej� en la cara de Mido estuvo a punto de provocar el llanto de Link.
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MensajePublicado: Vie Oct 10, 2008 9:55 pm    T�tulo del mensaje: Responder citando

Episodio en los bosques perdidos

Los ojos del ni�o brillaban bajo su sombrero. Su alegr�a se manifestaba en ellos cuando soplaba. Las notas sal�an agradable y afinadamente de su flauta. Otra cabeza se meneaba al ritmo del son del peque�o flautista. Los ojos del oyente brillaban como los de su compa�ero. Era lo que daba un toque juguet�n e inocente a sus rostros que parec�an como sumidos en las sombras.
-�Has o�do algo?- la m�sica ces� por un momento, pero el baile no. Se o�an las hojas agitarse, como cuando el viento soplaba fuerte. Pero no eran las hojas de los �rboles ni de los arbustos. Era el movimiento tan alegre del ni�o que bailaba, aun cuando las notas dejaron de deleitar sus o�dos.
-�Por qu� te has detenido?- pregunt� desanimado su compa�ero un minuto despu�s, interrumpiendo su baile.
-Lo siento.
En cuanto se escuch� la primera nota, se reanud� el baile.

Estaban los dos solos, en medio de un claro rodeado de la espesura tan misteriosa y temida de los Bosques Perdidos. Eran los �nicos, porque nadie m�s entraba a esos bosques. Los que jam�s hab�an puesto un pie all� dec�an que los que entraban no volv�an a ver el exterior. Pero �qu� pasaba exactamente con los que entraban? �Qu� era lo que los reten�a ah� dentro que no les permit�a volver? Las respuestas s�lo pueden conocerlas quienes van a buscarlas.

Una nueva interrupci�n sumi� al claro, y al bosque entero en el silencio.
-�Y ahora por qu� te detienes?
-�No escuchaste algo?
-Yo no escuch� algo. Pero dej� de escuchar que tocabas y eso es peor.
-Tal vez fueron los p�jaros.
-No hay p�jaros aqu�.
-�Y t� sabes qu� son los p�jaros?
-No lo s�. �T�?
-Ni idea. �C�mo sabes entonces que no se oyeron p�jaros, si no sabes lo que son?
-Si hubiera p�jaros aqu� entonces sabr�a qu� son. Pero no lo s�, y eso es porque no los hay. Si no hay p�jaros entonces no fue eso lo que o�ste.
Por un momento s�lo se miraron sin decir nada.
-�Quieres tocar?- el peque�o m�sico le ofreci� su instrumento a su compa�ero, que parec�a impaciente.
-Pero es tu turno. Yo quiero bailar.
-Quisiera que hubiera alguien m�s que tocara: as� podr�amos bailar al mismo tiempo.

La m�sica sigui� y sigui�, el baile tambi�n.

En el suelo pod�an verse manchas de luz que se filtraban entre las hojas de los grand�simos �rboles, los mismos que han estado ah� desde antes de que se creara un velo de misterio alrededor de los Bosques Perdidos. Parec�a que estuvieran realmente vivos, como si pudieran hablar. Muchos ten�an rostros, pero s�lo los que estaban dentro se daban cuenta.

El ni�o segu�a danzando lleno de entusiasmo. No hab�a, seg�n �l, nada m�s divertido que o�r la canci�n y seguirla con su cuerpo. Bueno, en realidad, hab�a algo a�n mejor que eso, pero era de esas cosas maravillosas que s�lo pasan algo as� como� cada tantos a�os. As� lo llamaban los ni�os, �el juego de cada tantos a�os�.

Una tercera interrupci�n. El ni�o dej� su flauta sobre un mu��n cercano, y se acerc� lentamente hacia un �rbol que lo miraba. El otro corri� a tomar la flauta y le rog� a su amigo:
-Por favor, sigue tocando. Es triste bailar cuando no hay m�sica.
-A veces es bueno estar en silencio- le devolv�a la mirada al gigante de madera-. M�ralo a �l, por ejemplo. �ltimamente no me ha dirigido palabra alguna. Elige callarse en lugar de re�rse y contar historias como sol�a hacerlo. �No te hab�as dado cuenta?
Su amigo desconcertado se rasc� la cabeza. Pensar que hab�a estado quien sabe cuantos d�as tan distra�do con el sonido cadencioso y su divertido baile. Se pregunt� desde cu�ndo hab�an dejado de escucharse las historias del m�s viejo de todos sus compa�eros.
-Eso es porque sabe que pronto cambiar�.
-�C�mo que cambiar�?-le pregunt� el flautista a otro �rbol, uno visiblemente m�s joven y peque�o que se encontraba cerca. Y es que estaban totalmente rodeados por ellos.
-Llegar� el momento en que se le borre el rostro, que no pueda hablar ni re�r, y el �nico ruido que har� es el de sus hojas, s�lo cuando sople el viento.
Los dos ni�os se desanimaron.
-No volver� a contarnos esa historia de cuando se parec�a a nosotros- dijo el bailar�n.
-�Ah! Pero s� que ten�a memoria. Yo casi no me acuerdo lo que se siente tener piernas y brazos como ustedes- se sonr�o levemente, lo que produjo un ligero crujir en su cara-. �Es divertido, no? Caminar, y bailar y mover los brazos.
Uno de los ni�os no comprend�a, sujetando la flauta con sus dos manos, �por qu� parec�a su amigo lamentarse?
-Pero t� puedes moverte.
El enorme tronco se inclin� un poco hacia �l, como si fuera igual de flexible que una rama.
-Pero no puedo correr por todos los rincones, ni puedo dar volteretas, como sol�amos hacer juntos, �ves? S�lo puedo quedarme aqu�, estirar mis brazos�- se dio cuenta de su error, y rectific� con una carcajada, haciendo crujir m�s su cara- quiero decir, mis ramas. Si aun tuviera brazos podr�a tocar la flauta mientras ustedes se sacuden el aburrimiento.
-Ahora que lo dices- dijo el ni�o m�s travieso-, me parece que su cara se ve distinta. Apenas le distingo los ojos.
-Muy pronto ni si quiera los ver�s.
El otro ni�o se mir� las manos. Alg�n pensamiento intentaba tomar forma en mente.
-�Alguna vez fuimos diferentes?
-No-contest� el otro-. He estado aqu� tanto tiempo como t�, y nunca te he visto diferente de c�mo eres.
-�De verdad? No recuerdo cuanto tiempo hemos estado aqu�.
-Siempre. Si alguna vez no hubi�ramos estado aqu�, lo sabr�amos, �no lo crees?
Su compa�ero enorme los observaba con una sonrisa, tratando de imaginarse a s� mismo charlando con su compa�ero tal y como ellos lo hac�an en ese instante. Ahora ni si quiera pod�a charlar con �l desde su sitio, su amigo estaba cambiando.
-Pronto ser� parte del bosque. Quisiera no poder olvidar como �ramos antes.
-�C�mo eran antes?-preguntaron los ni�os a la vez.
-Como ustedes.
-�Significa eso que seremos como t�?
-�C�mo voy a hacer para bailar entonces?
-Tal vez tus hojas bailen con el viento.
Los dos ni�os se quedaron callados. No quer�an cambiar, no quer�an ser diferentes ni tener que clavarse en el suelo como sus amigos grandes. Era m�s divertido brincar, corretear y jugar por doquier.
-No ser� tan malo-les explic�-, despu�s de todo, no parecen tan tristes desde que cambiaron por primera vez.
-Entonces no �ramos as� antes�
-S� lo �ramos, ya te lo he dicho-replic� el ni�o, y le puso la flauta en las manos- vamos a seguir jugando.
-Es extra�o como cuando se vuelven ni�os perdidos les es imposible pensar que eran de afuera. Luego cuando llegan a ser como yo, es como si de pronto recordaran� cuando ya no es posible ir a otro lado. �No se les ha ocurrido salir de este lugar?
-Todos los d�as salimos de aqu�-contest� el ni�o que apenas iba a empezar a tocar su canci�n favorita-. Atravesamos esos cortos t�neles en los que dec�an que se puede uno perder f�cilmente. Pero nosotros siempre regresamos aqu�.
-Pero nunca han encontrado un t�nel que los lleve al exterior.
-Ya sabemos cu�l es-asegur� el otro ni�o-, no s� como, s�lo lo sabemos. Pero nos da miedo. No debemos ir al exterior.
-Ah si- el �rbol se qued� pensativo, luego dijo para sus adentros-. Es la ley de los bosques, la que no est� escrita sino en nuestras almas cuando cruzamos a este lado. Es lo que se gana uno por perder.

Las horas pasaban despacio, los rayitos de luz se desvanec�an uno tras otro conforme el cielo en el exterior se cubr�a de oscuridad y estrellas que aquellos ni�os no pod�an conocer. El baile y la m�sica hab�an persistido incluso despu�s que todas las criaturas que all� habitaban estaban en silencio, ocultas en sus hogares c�lidos y seguros. S�lo las hadas permanec�an despiertas, haciendo compa��a a los ni�os traviesos, alumbrando el lugar donde ellos jugaban.

Se oyeron pasos muy cerca. Alguien se acercaba, se o�a la hierba siendo aplastada y las ramas parti�ndose al ser pisadas. La m�sica ces�. Ambos ni�os estuvieron atentos a los sonidos. Los llenaban de felicidad. Significaba que alguien hab�a venido a jugar.
-Han pasado tantos a�os-dijo uno de ellos.
Frente a ellos se present� un jovencito. No parec�a mayor de quince. Pero los ni�os nada sab�an de edades, no notaban que las cosas cambiaban con el paso de los a�os. Para ellos era s�lo alguien m�s con quien divertirse.
-Por fin-el extra�o suspir� profundamente, aliviado al ver que estaba salvado-. Qu� bueno que encuentro a alguien aqu�. He estado dando vueltas durante horas, me temo que estoy perdido. Estar�a muy agradecido si ustedes me ayudaran a salir de aqu�. �Saben el modo de abandonar este lugar?
-Juega con nosotros-respondi� uno de ellos, el que sosten�a la flauta-, y podr�s salir.
-Pero debes ganarnos-repuso el otro-, de otra forma, tendr�s que quedarte.
Comenz� a saltar y dar volteretas, haciendo ese extra�o sonido como de hojas que se estremec�an con el viento.
-Pero� lo siento, pero en verdad debo volver a mi hogar. Lamento haberlos molestado, pero si ustedes se han perdido tambi�n, deber�amos buscar la salida juntos. �No desean volver con su familia?
-Juega con nosotros- insistieron los ni�os, y s�bitamente desaparecieron.
-Esperen-les pidi� el joven, buscando a los ni�os-. No se vayan. Necesito salir.
-Atr�panos- se escucharon sus voces por todo su alrededor. Entonces, aparecieron detr�s de �l.
Al darse cuenta, quiso acerc�rseles, pero volvieron a hacerle la jugarreta, y sin ning�n aviso, aparecieron sobre la rama de un gran �rbol, aquel que hab�a perdido su rostro.
-Si nos atrapas-dijo uno muy divertido.
-Te diremos como se sale de los Bosques Perdidos- dijo el otro ni�o, sin malicia en su voz.
Despu�s de todo, hab�an pasado tantos a�os desde la �ltima vez que jugaron su juego preferido.
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MensajePublicado: Mar Nov 25, 2008 6:25 pm    T�tulo del mensaje: Responder citando

Ojos carmes�

Corr�a. Corr�a por su vida. El viento helaba, las pesadas gotas se precipitaban sobre la tierra y �l corr�a por su vida. Lluvia: una de las peores calamidades que le pod�a pasar a �l y a los suyos. Atravesaba la alta hierba, resguard�ndose bajo una hoja partida, pues la tempestad le sorprendi� y no le dio tiempo de buscar un escudo mejor. Una que otra vez sinti� un pesado chorro de agua caer sobre su cabeza, lastim�ndolo profundamente y desbaratando poco a poco la fr�gil hoja verde que escasamente lo proteg�a. Pronto comenz� a subir el agua hasta sus tobillos. Esquiv� balas l�quidas que el cielo furioso disparaba, salt� sobre piedras y ramas, tropez� y resbal� muchas veces, pero consigui� llegar a su hogar seguro antes de perder todas sus energ�as.

Apenas tuvo fuerza al luchar contra las corrientes para cerrar la puerta. El viento g�lido y el agua se abalanzaban contra los muros que lo proteg�an. Pero ya estaba a salvo dentro de su casa. Se tir� al suelo, respirando agitadamente en un intento desesperado por recuperar el aliento. A pesar de sus esfuerzos, qued� empapado de pies a cabeza, adolorido hasta los huesos y sintiendo que su coraz�n se congelaba.

-�Vaati!-su mentor corri� a socorrer al pobre jovenzuelo- �Pero mira qu� ha sido de ti! Parece que te hubieran atacado los bichos.

Se o�a sumamente preocupado por el tono agudo de su voz. Lo ayud� a ponerse en pie y lo condujo hacia una peque�a chimenea.

-Si�ntate junto al calor-dijo el anciano, despu�s sali� a toda prisa de la habitaci�n.

Estaba exhausto, estaba enfermo, pero m�s que nada estaba herido. M�s all� del temblor de sus huesos y de los calambres en sus m�sculos, el mayor de sus dolores era el de su esp�ritu. Las llamas reflejadas en sus ojos rojos provocaban un brillo especial en ellos. El fuego logr� apaciguar la agitaci�n de su cuerpo. El viejo minish volvi� con una manta verde y se la coloc� encima.

-�Muchacho inconsciente!-de repente son� molesto- �Cu�ntas veces m�s tendr�s que estar al borde de la muerte para que aprendas?

Vaati no quer�a mirarlo a la cara, no pod�a confrontarlo despu�s de haber vuelto a desobedecerle. Pero estaba seguro de que esta vez lo conseguir�a: aquello que deseaba con tanto fervor. El hecho de que su maestro se lo haya prohibido lo hac�a a�n m�s deseable.

-�As� que no vas a hablar?-pregunt� el anciano despu�s de verlo un rato mirando hacia el piso, respirando cada vez m�s despacio- No importa, al fin que ya s� a d�nde te fuiste a meter.

El joven no dijo nada. Miraba de nuevo el fuego con sus ojos rojos como rub�es.

-Quer�a ir con Galki para que me diera un poco de esencia. Me dijiste que la necesitabas para preparar una nueva poci�n. S�lo fui a eso, de verdad.

Su vista segu�a en el fuego, y se le o�a algo t�mido. Sus cabellos violetas todav�a escurr�an sobre su ropa. Se envolvi� m�s con la manta de su maestro. Not� enseguida el color. Le molestaba ese color. Todo en su mundo ten�a ese color, lo ve�a todos los d�as en la hierba que rodeaba su aldea, en las hojas de los alt�simos �rboles cuyas copas se perd�an de vista, en las grandes hojas que flotaban en los lagos que separaban su mundo del resto del bosque. Incluso su maestro llevaba ese color. Todos sus vecinos se vest�an con ese color de naturaleza. En cambio �l se ve�a diferente al resto. No le gustaba como lo miraban los dem�s, ni que murmuraran al verlo pasar. �No hab�a soportado demasiado a esa gente? �Las penas que ten�a que aguantar!

-Soy muy viejo, Vaati, y nada tonto. No creas que me enga�as con ese cuento. S� que estuviste en el Sepulcro del Bosque, como es costumbre tuya.

El minish sacud�a su bast�n mientras sermoneaba a su aprendiz.

-Pero veo que con rega�os y prohibiciones no se te puede hacer entender. Voy a tener que tomar medidas m�s dr�sticas.

-�Y por qu� no puedo entrar en ese lugar de todos modos?-cuestion� Vaati, apretando entre sus pu�os la manta que lo cubr�a- �Es por �eso� que est� escondido dentro?

-No hay nada especial en ese lugar, te lo he repetido muchas veces. Lo que encuentras cuando vas all� son bestias peligrosas.

-No me dejas explorar el Sepulcro del Bosque, tampoco me dejas salir del bosque para conocer a los humanos-se quej�.

-Otra vez con ese tema. No es tiempo, Vaati. Y no te he ense�ado todav�a todo lo que necesitas saber-el anciano se dirigi� a la otra habitaci�n, la cual estaba separada por unas cortinas.

-�No he sido tu aprendiz bastante tiempo?-Vaati se levant�, arrojando la manta al suelo, y sigui� a su maestro.

En aquel cuarto se encontraban todas las pertenencias del viejo Ezlo, todas sus interesantes creaciones. El anciano era el �nico mago y el m�s experimentado de toda la aldea, y hab�a dedicado gran parte de su vida a la creaci�n de artefactos encantados. Por la ventana se apreciaba la lluvia disminuyendo su brusquedad.

-No lo suficiente para ser un buen mago.

-Dame algo de cr�dito-reclam� Vaati, conservando aun cierta prudencia al dirigirse a su maestro, mientras sent�a que el fr�o abandonaba su cuerpo gracias al ardor de sus entra�as-. Llega un tiempo en que un alumno debe continuar por s� solo. Quiero recorrer el mundo de los humanos, y pronto tendr� la oportunidad. Podr�a aprender algo de ellos, s� que muchos tambi�n practican las artes m�gicas.

-�Pero qu� muchacho tan terco! Siempre tan impaciente, quieres apresurar las cosas. Cuando llegue el momento, podr�s dejar tu hogar y ver todo el mundo que quieras. Por ahora est�s bajo mi supervisi�n-se acerc� a la ventana.

Afuera todo se estaba volviendo tranquilo. Las gotas no ca�an con fuerza, y los vientos arremet�an menos contra los muros.

Mientras la tempestad desaparec�a en el exterior, en el interior de Vaati se creaba una tormenta feroz. Todo por algo que le hab�a llamado la atenci�n desde el momento en que entr� en la habitaci�n. Un manto dorado que estaba sobre una mesa. Pero no hab�a sido el manto lo que llam� su atenci�n, sino lo que estaba debajo. No sab�a lo que era, pero pod�a imaginarse que era algo muy bueno. Generalmente hac�a las veces de asistente de Ezlo cuando trabajaba en alguna de sus invenciones m�gicas. Sin embargo, hab�a contadas veces en las que manten�a sus proyectos en secreto. Si ese era el caso, deb�a tratarse de algo muy poderoso� o peligroso. La clase de cosas que a �l le atra�an.

Ech� una mirada r�pida al anciano. Estaba ocupado describi�ndole la situaci�n afuera. Era una buena oportunidad para echar un vistazo peque�o, si lo hac�a con precauci�n y rapidez. Se acerc� lo m�s r�pido que pudo, que en realidad no era mucho, teniendo cuidado de no hacer ruido. Estaba muy cerca. Puso sus manos sobre la mesa, mir� de nuevo hacia la ventana.

-�Soportar estas tempestades. La madre naturaleza no es delicada con nosotros, te digo. Los minish tenemos suerte de�

El anciano segu�a contemplando las condiciones exteriores. Vaati puso una mano temblorosa sobre la tela brillante y la levant� con cuidado. Sinti� como su cuerpo temblaba, tanto que a su alrededor parec�a que todo temblaba. En ese momento se dio cuenta que en verdad estaba temblando la tierra, los objetos se ca�an de las repisas, las botellas con pociones se derramaban sobre las mesas, era dif�cil distinguir las cosas cuando todo se mov�a y luego, su vista comenz� a nublarse. Su mano estaba caliente, y la sensaci�n no par� ah�, se extendi� por todo su cuerpo. Sus peores pensamientos lo perturbaron en ese momento. No pod�a o�r otra cosa que sus latidos, fuertes, r�pidos y dolorosos. Quer�a salir corriendo a esconderse pero no pod�a, su mano estaba clavada en lo que fuera que estaba bajo el manto. El mundo a su alrededor se derrumbaba, y entonces�

-�Oye, no tan r�pido, muchacho!-la mano de Ezlo sujetaba la suya. Hab�a conseguido desprenderla del velo.

Vaati lo mir� con ojos estupefactos. A�n sent�a su coraz�n latiendo insanamente. Necesitaba respirar hondo, y no pod�a, se contuvo, apenas se o�an sus exhalaciones, esper� a que los latidos punzantes de su pecho cesaran.

-Ma-maestro.

-Esto no es para ti, no lo debes tocar, �me has o�do�? �Pero qu� te sucede? Tienes una cara de susto que espantar�a a cualquiera. Seguro ha de ser que cogiste un resfriado. Anda, devu�lvete a la chimenea y toma algo caliente.

-Pero, es que�-Vaati apenas pod�a articular palabras mientras se�alaba el objeto misterioso.

-Olv�date de eso, nada pas� aqu�. Y m�s vale que lo dejes en paz.

Lo empuj� de vuelta a la sala. Ah� se qued� sentado en el suelo frente a la chimenea, observando sus manos con cuidado. Su maestro actuaba como si nada hubiera ocurrido. Por haber ocasionado un fen�meno de tal magnitud, debi� haber recibido la tunda de su vida. Aquello era muy extra�o. Y sin embargo, quer�a volverlo a sentir. Necesitaba sentir esa extra�a fuerza recorriendo su cuerpo. Su mirada se desvi� hacia su maestro, estaba saliendo del otro cuarto, no estaba usando su bast�n, y miraba el fondo de un jarro.

-Me vendr�a en ayuda que de verdad hubieras ido por esencia. Ya no queda nada de poci�n. Solo no te vas a curar.

-Pero si no tengo nada-alcanz� a decir, antes de toser tan fuerte que bien pudo haber expulsado un pulm�n.

-Mejor me voy corriendo antes de que te pegue la fiebre-dej� el jarro sobre una mesita, y fue por su bast�n. Antes de salir por el frente, le dijo a su aprendiz-. Que no te encuentre yo cogiendo cosas que no debes- Finalmente se fue.

Por un momento, no supo como reaccionar. Permaneci� con la mirada fija hacia la puerta. No pas� mucho para empezar a sentir que una fuerza lo llamaba desde el otro lado. Se puso de pie y se dirigi� con paso firme hacia la otra habitaci�n. Se par� frente a la mesa, ya sent�a ese temblor en su cuerpo. Toc� el velo y fue llevado a otra dimensi�n, en donde las paredes y el suelo retumbaban y su vista se opacaba. Sent�a miedo, y eso le atra�a m�s. Por fin sabr�a que se ocultaba bajo el manto. Lo lanz� al aire. Este cay� lentamente. Sobre un coj�n aterciopelado descansaba un gorro puntiagudo de un rojo brillante, adornado sencillamente con una preciosa gema al frente. Tenerlo en sus manos, era como coger un carb�n encendido. Su cuerpo ard�a sin ninguna explicaci�n. Ese ardor era bastante agradable. Estaba perdiendo el control de su cuerpo. Ya no era Vaati quien lo gobernaba. O eso pens� �l, porque algo que no pod�a explicar lo quer�a obligar a colocarlo sobre su cabeza. Todo alrededor temblaba como nunca, las paredes se estaba agrietando, dejando entrar cegadores rayos de luz. El piso se estaba abriendo, dejando salir a las sombras del mundo de la oscuridad. Su cabeza estaba en llamas, el gorro estaba en ella. La gema centelleaba con una intensidad que lastimaba sus ojos, y las llamas se propagaron por todo su cuerpo. De su boca naci� un grito desgarrador que hizo crecer la magnitud de aquellas calamidades. El piso se desmoron� totalmente y �l cay� en un abismo negro. Si alguien hubiera podido presenciarlo, hubiera visto una llamarada cayendo sin fin en medio de un mundo sin color, sin bondad y sin vida. El dolor no le dejaba abrir los ojos. Pronto no le quedaron fuerzas para gritar. Un nuevo resplandor emergi� del fondo. Y cay� de rodillas al suelo.

Las paredes, el piso y todo lo que le era conocido estaba en su lugar. �l se encontraba a cuatro patas, mirando at�nito la tela dorada que yac�a arrugada en el suelo. No estaba agitado, ni mucho menos. Estaba tranquilo como nunca lo hab�a estado en su vida. Ya no pod�a o�r o sentir su coraz�n latir con furia. S�lo su respiraci�n suave y lenta, porque todo estaba sospechosamente silencioso. Levant� la mirada y vio en la ventana que las nubes se ennegrec�an m�s y m�s. Levant� la cabeza y se puso de rodillas. Cerr� los ojos un instante. Todo que le hab�a sucedido� no pod�a ser posible. Lo hab�a presenciado todo, �l sab�a que era verdad. S�lo lo sab�a, sin ninguna explicaci�n. El silencio reinaba en la habitaci�n. Sin ning�n aviso, un destello largo atraves� el cielo y fue directo hasta la tierra, y un segundo despu�s se oy� como si las diosas estuvieran furiosas con las criaturas que habitaban el mundo. El trueno lo hizo llevarse las manos a la cabeza, sus ojos se cerraron con fuerza. Se dio cuenta de que a�n llevaba puesto el gorro. No ten�a la intenci�n de quit�rselo. Se puso de pie. Otro rayo parti� las nubes. Ahora era libre, ten�a todo lo que necesitaba, sab�a lo que necesitaba saber. El gorro era una fuente de poder excepcional.

-Mis deseos se har�n realidad-se dijo as� mismo-. Con esto todas las posibilidades est�n a mi alcance.

Una creciente energ�a lo invad�a. Estaba seguro de que nadie lo pod�a detener ahora.

La puerta de abri� de golpe. Se pod�a o�r la lluvia increment�ndose afuera. Ezlo cerr� r�pido, con dificultad por el viento que empujaba la puerta. Empapado de los pies a la cabeza, y gravemente fatigado, fue a dejar un recipiente de barro sobre la mesa. No se hab�a dado cuenta de lo extra�o de la presencia de Vaati.

-�Ah! Los a�os ya no me dan para tanto. No es saludable para m� salir en estas condiciones. Pero pude traer esencias para� �Ah!

Se le hizo imposible continuar. Su cuerpo endeble no era tan resistente como en sus a�os mozos.

-Ahora los dos tomaremos un buen trago. Mejor prevenir antes que aguantar un resfriado. Y�

Al fin not� que Vaati estaba de pie frente a �l, con el gorro que hab�a creado sobre su cabeza. Su expresi�n era m�s fr�a que de costumbre.

-�Por qu� traes ese gorro puesto? �Te ped� que no lo tocaras! �Ay, qu� voy a hacer contigo, malcriado! Tienes suerte. Si no estuvieran mis huesos tan entumecidos, la que te esperaba.

Ezlo ya se dispon�a a quitarle el gorro de la cabeza, pero Vaati sujet� su mano antes de tocarlo.

-Creo que no� No seguir� �rdenes tuyas, jam�s.

-�Qu� te pasa, Vaati? Te ha picado no s� que mosco-su mirada lo pudo haber dejado helado, pero para un mago experimentado y sabio como �l no era dif�cil vencer esos miedos-�Vaati! Ese gorro tiene cualidades que no te sientan nada bien. Devu�lvelo antes de que cometas una locura.

Bajo los ojos carmes� su boca se torci� en una maliciosa sonrisa. Dej� salir una risita mal�vola.

-�Anciano, no puedes hacer nada para detenerme! �Qui�n iba decir que hoy es el d�a en el que el alumno supera al maestro? �Y por mucho!

Las risas continuaron, tan s�lo para humillar al viejo mago. Ezlo se desprendi� de sus garras y lo hizo dar un paso atr�s, amenaz�ndolo con su b�culo.

-Ese objeto que llevas sobre tu cabeza tiene un fin, Vaati. Su poder es mayor del que te imaginas, y puedes desatar una serie desastres si insistes en usarlo para tu beneficio.

Vaati solt� una carcajada.

-Nunca entend� ese aprecio que le tienes a los humanos. Se creen que gobiernan el mundo, pero yo�

-�C�mo sabes esas cosas? �Es el gorro, verdad?

-Siempre me han juzgado por mis malas acciones. Porque no act�o como deber�a. Los humanos que tanto te gustan hacen cosas malas todo el tiempo, y a�n pretendes ayudarlos. En cambio a m� me has tenido comiendo de tu mano todo el tiempo. Pero eso se acab�.

-Est�s muy equivocado Vaati-le dijo su maestro, mir�ndolo con tristeza.

-No me tengas l�stima. Pronto estar�s rogando por misericordia.

La puerta se abri� de golpe de nuevo, de ah� sali� corriendo Vaati por �ltima vez. Las pesadas gotas ca�an con toda fuerza, la hierba volvi� a inundarse. Pero no se detuvo, corri� a toda velocidad, sin importarle que le hiriera la lluvia. En el umbral apareci� una cosa peque�a, verde y arrugada que se arrastraba por el suelo.

-�Regresa, muchacho! �No tienes idea de lo que has hecho!-fueron los reclamos que salieron de su pico. S�lo se qued� ah�. Sin cuerpo, ni rostro. El encantamiento que lanz� Vaati sobre �l lo hab�a transformado en algo que no era humano, ni minish, ni siquiera una criatura.

Vaati corri� hasta el sendero que un�a la aldea con el bosque. El agua del lago se hab�a desbordado, las hojas flotaban cerca de �l, no hab�a forma de alcanzar el otro lado. Era empujado por la corriente. No pod�a dejarse vencer. Ahora pod�a evitarlo. Algo dentro de �l estaba creciendo. Pero no se alter�. Permaneci� tranquilo mientras sent�a alejarse del suelo, y sent�a su cuerpo rebosante de poder. Como si un rayo hubiera apuntado a su cabeza, una corriente recorri� cada parte de su ser. Cerr� sus ojos, deseaba que todo se volviera oscuridad. No hab�a sino silencio. Flotaba en medio de la nada. Otro estruendo lo sac� de esa tranquilidad.

Se fue de cara contra la tierra. Logr� sentarse para poder asimilar lo que estaba ocurriendo. Lo primero que encontr� fue un charco donde flotaban peque�as hojas sin orden. Y a un lado, un conjunto de objetos inservibles: jarrones, barriles, zapatos y cosas extra�as regadas en el suelo, al menos as� le pareci� antes de caer en la cuenta. Aquello le tom� por sorpresa y lo hizo retroceder algo asustado y confundido. �Era su imaginaci�n o se sent�a m�s pesado? Sus piernas tambi�n parec�an algo m�s resistentes. Los cabellos pegados a su cara escurr�an, y sus pesta�as estaban mojadas. La lluvia no paraba. Lo pudo ver en sus manos. Peque�as y refrescantes gotas, no gotas pesadas y mort�feras, sino gotas que cosquilleaban. Se ech� sobre el charco y mir� su reflejo. Sus ojos segu�an del mismo rojo intenso, pero ya no ten�an la misa forma, y no miraban del mismo modo. El que le devolvi� la sonrisa era un Vaati diferente. Tan pronto como pudo se par�, dio una �ltima mirada a su hogar y se dispar� hacia las profundidades del bosque.

Ezlo estaba at�nito, asustado, pero tambi�n triste. Lo �ltimo que vio de Vaati fue su silueta gigante mirando con odio hacia �l.
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